Historias como estas las hemos vivido con nuestros hijos todos los padres del mundo, porque los niños son así de maravillosos y especiales. Madurar no debería suponer el abandono de esta capacidad de respuesta sincera, el dejar de aprender, el estar de vuelta de todo. Dejémonos sorprender y ejercitemos nuestra curiosidad por las cosas, por las personas, por el mundo que nos rodea y, sobre todo, por la inocencia de nuestros hijos.