La lección de comunicación que nos deja “Enigma” en la Segunda Guerra Mundial

En los albores de la Segunda Guerra Mundial, la comunicación se convirtió en un arma tan decisiva como los tanques, los buques o los

bombarderos; los nazis lo sabían y depositaron su confianza en Enigma, una máquina de cifrado que transformaba los mensajes militares en un laberinto indescifrable de letras. Su sofisticación parecía invulnerable hasta que la rutina humana cometió un error.
Los operadores alemanes empezaron a usar las mismas fórmulas, saludos y frases cotidianas en sus comunicaciones, por ejemplo, “Heil Hitler”, “clima”, “novedades”, fue aquella previsibilidad —aparentemente inocente— la que abrió una grieta en el muro del secreto. Alan Turing y su equipo en Bletchley Park supieron aprovecharla y con la ayuda de la máquina Bombe lograron descifrar lo que parecía imposible. Fue entonces cuando la guerra dio un giro, millones de vidas y quizá el curso de la historia cambiaron porque alguien escribió una y otra vez, una y otra vez, lo mismo.
Detrás de esa hazaña hay una enseñanza que trasciende los campos de batalla: Toda comunicación, sea militar, política, empresarial o interpersonal, depende de la precisión, la atención y el contexto; un mensaje puede ayudarte a ganar o condenarte a perder una guerra. Si, Enigma cayó por un descuido humano ¡la rutina convirtió el secreto en un patrón!
Hoy, en un entorno saturado de estímulos debemos proteger a la comunicación del desgaste que provoca la prisa, la distracción y otros errores humanos -aparentemente inocentes-. Hemos aprendido a comunicarnos más rápido pero no necesariamente mejor, conversamos sin mirar a los ojos, respondemos antes de entender, repetimos frases vacías y casi siempre la inmediatez sustituye la intención.
En ese marco, la Universidad Internacional del Ecuador (UIDE) ha orientado su modelo formativo hacia el desarrollo de las habilidades blandas, aquellas consideradas las más valiosas para el futuro del trabajo, lo hacemos porque estamos convencidos de que no basta SABER HACER, también necesitamos SABER SER: para permanecer fiel a los valores, SABER DECIR: para dar forma al pensamiento, y SABER SENTIR: para conectar con lo humano. Al final, la guerra —de ideas, de intereses o de poder— también se gana o se pierde con la manera de comunicar.

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