Elaborado por Domenica Tandazo
Ambato — En medio del trajín cotidiano de una ciudad que no se detiene, Verónica Alexandra Peñaranda Dávila ha encontrado su propósito más profundo no en la búsqueda de grandes riquezas ni reconocimientos públicos, sino en la silenciosa y poderosa decisión de estar presente. Madre de dos hijos y emprendedora ambateña, Verónica ha tejido una historia de amor, esfuerzo y determinación que hoy inspira a muchas otras mujeres que, como ella, han decidido poner a la familia en el centro de sus vidas.
Desde muy joven, Verónica comprendió que la maternidad no es solo un rol, sino una misión. «Ser madre conlleva mucha responsabilidad», afirma con serenidad, mientras recuerda los primeros años, cuando equilibrar sus sueños personales con la crianza de sus hijos parecía un reto titánico. Pero lejos de ceder ante la presión de la rutina o las exigencias del mundo laboral tradicional, decidió dar un giro radical: fundar su propio negocio de venta de celulares.
Esa decisión marcó un antes y un después. “No quería trabajar para gente de afuera y dejar a mis hijos encargados”, cuenta. Así nació su emprendimiento, no solo como una fuente de ingresos, sino como una herramienta de libertad. Tener su propio negocio le permitió no solo estar con ellos a tiempo completo, sino también ser parte activa de sus procesos, sus aprendizajes, sus errores y sus triunfos.
Verónica no romantiza la maternidad. Reconoce que hay días duros, que la responsabilidad pesa y que el cansancio a veces se instala sin pedir permiso. Sin embargo, hay algo que compensa cada desvelo: ver crecer a sus hijos con salud. «La mejor bendición es verlos crecer sanos», dice con una sonrisa que lo dice todo.
Hoy, cada logro de sus hijos es también un triunfo personal. Los ve crecer con virtudes y defectos, como cualquier ser humano, pero siempre juntos, como equipo. Y con la misma fe que ha guiado cada uno de sus pasos, mira al futuro con una sola esperanza: verlos triunfar. “Ese día podré morir tranquila, cumpliendo esta misión”, expresa con emoción.
Verónica Peñaranda no necesita monumentos ni titulares. Su legado se construye día a día, con cada almuerzo compartido, cada conversación en el camino a casa, cada esfuerzo por ser mejor madre y mejor mujer. En un mundo que a menudo premia lo superficial, su historia nos recuerda que el verdadero éxito puede medirse en abrazos, en miradas, en el simple pero inmenso acto de estar.