«Las parroquias no nacen de decretos, sino de sueños compartidos y manos reunidas».
¡Viva Amarillos, donde los sueños se convierten en territorio y la historia se escribe con el alma del pueblo..!
Así comienza esta historia que no es solo personal ni familiar, sino colectiva y ancestral. Una historia que merece ser contada con la dignidad de quienes caminan sin hacer ruido, pero dejando huellas profundas. Esta es la historia de Roque Vicente Ramírez Soto, mi tío, pero también un centinela de la memoria viva de Amarillos, un sembrador de caminos, un actor invisible en las gestas invisibles que forjan patria desde el polvo de los pueblos.
Tenía apenas alma de alumno cuando los hombres de su tierra, con corazón de barro y voz de montaña, comenzaron a imaginar lo imposible: convertir en parroquia lo que entonces era apenas un caserío desdibujado en la geografía oficial, pero profundamente sentido en el corazón de sus moradores. Esa geografía emocional, ese territorio sin nombre “Amarillos”, pero con rostro, fue tomando forma en las reuniones de la Escuela «12 de Febrero». Allí se congregaban hombres visionarios: el profesor Ángel Fonseca, don Pacífico Hoyos, don Máximo Paladines, y muchas otras familias entre las que destacan los Ramírez, Valarezo, Paladines, Soto.
Se reunían sin recursos, pero con el alma ardiendo en propósitos. Se reunían no solo a hablar, sino a imaginar, a planear, a dibujar los linderos de una nueva historia. Mi tío, joven aún, caminaba junto a ellos. No era un actor pasivo: era parte del crisol que empezó a fraguar el sueño colectivo de tener una identidad territorial, de existir para el Estado, de nacer como comunidad reconocida.
Corría el año 1971 o 1972. Don Sergio Riofrío presidía el comité de gestión. Vicente Medina era el tesorero. Héctor Vázquez, el vicepresidente. Pero la historia se mueve, a veces, por las ausencias. Y fue una de esas ausencias la que dio paso a la presencia activa de Roque, quien fue llamado a ocupar cargos, levantar actas, caminar los montes, trazar con mano temblorosa pero decidida los límites de la nueva parroquia.
Como diría Nietzsche: «El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo». Roque decidió no ser parte de la resignación colectiva. Escogió el camino de los que actúan.
En la década de los ochenta, ya convertido en padre de familia, trabajador, y líder natural, Roque viajó a Quito. No lo hizo por un salario, ni en nombre de un partido político, sino por amor a su tierra. Lo acompañó don Víctor Torres, y juntos tocaron puertas sin cesar. En uno de esos despachos burocráticos, resonó el nombre de Daniel Granda, diputado por la Izquierda Democrática, quien les dio el respaldo necesario para materializar lo impensable.
Y así, el 30 de abril de 1991, Amarillos dejó de ser una aspiración y se convirtió en parroquia rural. Luego, con las modificaciones a la ordenanza, el Concejo Municipal de Chaguarpamba, en sesiones del 20 y 22 de marzo de 1992, ratificó dicha parroquialización bajo la presidencia del señor Tobías Carrión Mora, mediante el Acuerdo Nro. 0567 del 13 de abril de 1992.
¡Ah, pero ese no fue el final!
Fue apenas el primer ladrillo sobre el que se edifica un sueño más grande. Roque siguió su camino, sirviendo al país desde la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE), donde trabajó durante 29 años. Pero el verdadero retorno estaba marcado por la nostalgia y por una deuda que sentía con su tierra.
Hoy, con 76 años a cuestas, Roque Vicente Ramírez Soto ha regresado a Amarillos no para descansar, sino para reanimar el corazón de su pueblo. Observa con pesar que siguen faltando los pilares de toda civilidad: un centro de salud con personal permanente, un colegio de bachillerato para que los jóvenes no tengan que migrar a otras ciudades, trabajo digno para los moradores, no limosnas laborales de pocas horas. Quiere una administración parroquial que escuche, que acoja, que decida con el pueblo, no a espaldas de él.
Como Maquiavelo enseñó en El Príncipe, «el primer mérito de un gobernante es saber rodearse de hombres sabios y leales». Don Roque propone un nuevo liderazgo, no autoritario, sino comunitario; no vanidoso, sino sensible; no distante, sino cotidiano. Roque no quiere el poder, quiere la posibilidad de transformar lo que ama.
Su pensamiento está arraigado en la acción concreta. No hay en él discursos huecos ni promesas vacías. Hay propuestas claras:
- Un centro de salud con personal estable.
- La creación de un colegio de bachillerato en la parroquia.
- Trabajo digno, no precario.
- Participación real de la comunidad en la toma de decisiones.
Roque no necesita un pedestal. Su monumento está en cada gesto silencioso, en cada acta firmada, en cada límite territorial trazado con sus pies, en cada familia que hoy llama «hogar» a una tierra reconocida por el Estado gracias a su lucha.
Don Roque no es un pasado glorioso. Es un presente que sigue apostando por el futuro. Su ejemplo está lleno de esa política con alma, como la llamaba Hannah Arendt, una política no de dominio, sino de acción plural, donde el «nosotros» reemplaza al «yo omnipotente».
Y como decía Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo». Don Roque ha sido precisamente eso: una chispa persistente en el corazón de su comunidad.
Hoy que se aproximan las fiestas de Amarillos, que se celebra un aniversario más de su parroquialización, es justo y necesario levantar la mirada y reconocer en este hombre sencillo, en este sembrador de caminos, al líder que nunca dejó de caminar.
No lo hace por él. Lo hace por todos. Por los niños que merecen educarse donde nacieron. Por los ancianos que no deberían caminar kilómetros por una pastilla. Por las mujeres, los campesinos, los jóvenes. Por la dignidad de un pueblo que no puede vivir esperando que lo miren desde arriba.
️ REFLEXIÓN FINAL: LA FILOSOFÍA DE ROQUE
Don Roque no busca un monumento. Ya lo tiene: su historia está escrita en los caminos que él mismo ayudó a trazar, en los niños que estudian donde él aprendió, en los adultos que ahora gestionan lo que él soñó.
Su visión es profundamente política, no en el sentido partidista, sino en el más noble de la palabra: el arte de servir a la polis, a la comunidad, con amor y vocación. Su pensamiento es de raíz comunitaria: el poder como herramienta para sanar, para unir, para construir.
Él es ejemplo de lo que debemos rescatar: el líder natural, el hombre sencillo con alma grande, el político sin partido pero con principios, el ciudadano que no espera, sino actúa.
CIERRE EMOTIVO
Hoy, a sus 76 años, Don Roque no solo mira hacia atrás con orgullo, sino que aún camina hacia adelante, como si el tiempo no pudiera quebrar la voluntad de un hombre que nació para servir.
Que esta historia no se pierda en los ecos del olvido. Que cada joven de Amarillos sepa que su parroquia existe gracias a la terquedad amorosa de sus abuelos, y que todavía hay causas que merecen nuestras manos, nuestros pasos y nuestras palabras.
Gracias, TÍO Roque. Gracias por darnos un territorio que no está solo en los mapas, sino también en el alma.
Que viva Amarillos. Que vivan los que la soñaron. Y que viva el futuro que aún tenemos que construir juntos.
«El liderazgo verdadero no nace de un título, sino del valor inquebrantable para proteger la cotidianidad de su pueblo. El futuro no es una promesa distante, sino un acto presente que escribimos —con coraje y con ley— en cada decisión».
Realizado por:
Frank Editson Castillo Ramírez
CeI. 0985737410
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8432-2378
