Racismo estructural del poder: el rostro oculto del Estado

Tras la eliminación del subsidio al diésel, el país cumple 25 días de paro nacional. Esta medida golpea directamente el costo de vida del

pueblo. Pero la protesta ha revelado algo más profundo que el descontento: ha expuesto el verdadero rostro del poder. Los medios de comunicación oficialistas se enriquecen ocultando la realidad con noticias basura, mientras un sector de la sociedad exhibe un racismo estructural que criminaliza la protesta indígena, vulnera derechos y estigmatiza identidades.
En Ecuador, el poder se disfraza de ayuda humanitaria mientras perpetúa la violencia. Se publicitan “convoy humanitarios” como caballo de Troya, escoltado por helicópteros y militares, mientras que frente al crimen organizado reina el silencio. El gobierno ordena ataques contra el pueblo con recursos financiados por los impuestos de todos los ecuatorianos.
El mismo día en que se masacra a Otavalo, se registra un atentado en Guayaquil. ¿Coincidencia? No. Una cortina más de humo en la que se les fue la mano porque también resultaron personas inocentes heridas y un fallecido todo esto para desviar la atención de las vidas perdidas del sector indígena en manos de las fuerzas armadas y policía en el desarrollo de las protestas.
Se corta la energía eléctrica y la señal de internet en las zonas donde se moviliza el pueblo indígena, pero no en las cárceles donde se organiza la delincuencia. Se congelan cuentas bancarias de organizaciones sociales de la noche a la mañana, mientras las de quienes lavan dinero permanecen intactas.
Se habla de “liberar pueblos”, pero en términos militares bajo órdenes directas del gobierno, liberar significa aniquilar. ¿Por qué no se liberan las calles de la delincuencia? Para eso no hay presupuesto, no hay recursos. Lo más indignante: las fuerzas armadas y la policía no tienen los pantalones para enfrentan al crimen organizado en las calles, pero sí los tienen para lanzar bomba tras bomba al pueblo.
Quienes detentan el poder político, económico y mediático ven al movimiento indígena como un estorbo cuando alza la voz. Lo silencian, lo insensibilizan y lo humillan. En redes sociales abundan expresiones como “¡indios vagos! ¿Por qué hacen paro? ¡Vayan a trabajar!”, que no son comentarios aislados, sino manifestaciones cotidianas de desprecio y humillación.
Abundan preguntas despectivas como: “¿Indios vagos hasta cuándo quieren vivir con combustible subsidiado?” Pero la pregunta real debería ser: ¿hasta cuándo se espera que el indígena ponga en las mesas de todos los ecuatorianos sus productos agrícolas a precios de miseria? ¿Qué pasaría si ese “indio vago” vendiera sus productos a precios internacionales? ¿Cuál sería la reacción del pueblo de sangre azul?
El propio presidente Daniel Noboa declaró: “Ellos quieren decir que nos expulsan de sus territorios; nosotros los expulsamos de todo el país, entonces”. Alguien que nació en Miami y obedece órdenes del Fondo Monetario Internacional FMI hoy amenaza con expulsar de estas tierras a quienes las habitan desde siempre. Les incomoda el color de piel del otro y una cosmovisión donde el capitalismo pierde sentido frente a lo comunitario.
Esto no es solo una cuestión de identidad cultural. Es una expresión viva de las luchas de clase que atraviesan nuestra historia y nuestra cotidianidad, hoy en día la cultura no es más que una trinchera. La memoria ancestral no es pasada, sino resistencia presente. Y el poder popular no se construye desde arriba, sino desde las raíces que compartimos.
La verdadera realidad, aunque a menudo negada o invisibilizada es que todos llevamos sangre indígena: el pueblo en las venas y el narcoestado en las manos. Históricamente siempre ha sido el movimiento indígena quien a través de luchas fuertes y sacrificios de vidas han conseguido beneficios para todo el pueblo ecuatoriano y quienes los juzgan son precisamente los que no mueven ni un dedo ya que su limitada inteligencia o racismo arraigado no les da para más.
No hay recursos para el sistema de salud, pero sí para comprar bombas lacrimógenas que cuestan más de 25 dólares cada una, lanzadas café, almuerzo y merienda en distintas provincias del territorio nacional sin miramientos contra quienes defienden el sustento de los ecuatorianos.
No hay estrategia de diálogo, pero sí de guerra y criminalización del pueblo. Esto demuestra que no existe un plan de gobierno. No se trata únicamente de la eliminación del subsidio al diésel que se ha mantenido por más de medio siglo de vigencia, sino de una política que prioriza la represión sobre el bienestar pues al tener el control del precio del combustible controlan el alimento, el transporte y el tiempo, controlan la vida diaria, mientras el pueblo cuenta monedas las grandes empresas cuentan millonadas de ganancias, y para entender esto no puede haber ejemplo más claro que el grupo Noboa quien descaradamente afirma mediante comunicado oficial con fecha 1 de octubre de 2025 que hasta la fecha no le debe nada al Estado ecuatoriano, difusión que la hace la propia familia Noboa y no el Servicio de Rentas Internas (SRI)…
Y para finalizar el estado cotidianamente anuncia que los mejores días están por venir…
¿mejores días para quien para el pueblo o para los grandes grupos de poder?

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